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11 de noviembre de 2012

Crónica de Otoño - II

Hubieron de transcurrir 8 años, en un ciclo que se repetiría nuevamente, en la misma fecha, esta misma época, octubre, el inicio del otoño boreal.

Fue entonces cuando el ahora joven, experimentó algo llamado ilusión y pensó, ¿enamorado? – pero ¿Qué es el amor? – una incógnita que ahora en su edad adulta aún no logra definir, un misterio que aún no logra develar.

De cómo llegó a tal estado y porque lo definió como tal es una sucesión de eventos, quizás únicamente quería evadirse de la realidad en un ejercicio que a partir de entonces no logró abandonar a pesar de saber que únicamente le hacía daño.
Se dice que para olvidar no hace falta mucho, una excusa basta, un simple borrón en la lista y ya, pero realmente eso no es así.

Quizás olvidar sea un proceso que no cualquiera aprende a lo largo de su vida. Heridas pueden sanar, recuerdos se pueden bloquear, pero el olvido es ese intangible medicamento que es difícil de encontrar porque aquello que se bloquea, lo que se transforma en un nuevo sentimiento en cualquier momento puede volver o revertirse.

Así pues el joven aprendió que olvidar aquella primera imagen que atrapó su corazón inquieto no sería tarea fácil, no cuando los recursos eran pocos. El tiempo no estaba basado del modo justo en que pasada una etapa llegaba otra y mejoraba todo.
Un estancamiento por primera vez golpeó su vida de un modo devastador. Por alguna razón él continuaba pensando en la misma persona, sus fuerzas se dirigían únicamente al mismo sentimiento y esto no fue bueno en ningún momento.

El sentimiento hermoso que había nacido en un principio comenzó a transformarse en frustración por no poder ser alcanzado, porque no había forma de llamar la atención, no había manera de atraer a la otra persona, por tanto, se volvía en un agrio imposible.
En una época en que todo debería ser aventura y pasión por vivir, el joven aprendiz, estaba sumergido en una vida agridulce que se comenzaba a ahogar en la oscuridad de un mundo monótono y decadente, sin que se diera cuenta que se atascaba más a cada paso y que en un futuro sería aún más difícil salir de ese círculo vicioso.
De nueva cuenta intentó usar viejas herramientas que la infancia le enseñó para curarse. Sumergirse en un mundo imaginario donde se volvía intocable, donde era Amo y Señor y las posibilidades eran inmensas.
En ese momento fue un elixir, sintió que lo revitalizaba, que bastaba adentrarse en la imaginación, abstraerse del mundo en que existía y ahí, pleno de variados caminos, su vida, era de nuevo suya y el futuro ya no lo atemorizaba.

Casi como una droga, construir todos esos escenarios, plantear y replantear cada situación del modo en que todo fuera un final feliz comenzó a aburrirle y entonces probó darle drama a su vida sin entender que era mala elección. De pronto, estaba viendo finales tristes en su propia imaginación, pero así se sentía redimido, que no dañaba a nadie pues de alguna forma involucrar a otros en sus pensamientos lo volvía transgresor de la presencia de otros y que al volverse pieza de sacrificio y sufrimiento todas sus culpas inexistentes eran perdonadas. Realmente se volvió en un ser lamentable, perdido en la irrealidad.

– Cuan perdido está el caminante en la oscura madrugada, anhelando ver el sol de la mañana que lo conduzca de nuevo al camino que perdió, pero creyendo que hace lo correcto sigue caminando, cuando en la vida hay momentos para todo y esperar no significa errar cuando se ha perdido la ruta. Caminar a ciegas te hará tropezar y sentir que el tiempo está en tu contra y que lo quieres nunca llegará; te lleva a tomar decisiones precipitadas. Es mejor dejar que lo que deba ser sea, sin presionarlo, sin forzar, sin desesperar. –