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17 de mayo de 2015

“No hay finales felices”.

Me gustan mucho las películas románticas, las comedias románticas, todo aquello que tiene un “final feliz” porque de alguna manera transmiten la alegría de la vida que muchas personas han olvidado con el pasar de los días en su rutina, que olvidan que pequeñas cosas hacen grandes momentos. Como contraparte también me gustan mucho las historias en las que hay mucho sufrimiento, drama y las interminables sucesiones de eventos que te llevan a preguntarte si eso podría de alguna forma terminar bien, cuando las señales son claras, no, no terminan bien.

Voy de un extremo a otro en el espectro de las emociones, pues para todo soy igual. Porque a veces evadir la realidad es el juego más entretenido que puede existir en la mente de las personas, pero un juego al fin.

Puede ser que por meses miradas y sonrisas te abran un mundo de esperanzas e ilusiones que alimenten un mundo de luz y alegría que solo existe en tu mente, y un día, de pronto todo se desmorone y de nuevo no haya más que solo silencio.

Otras veces afrontar la realidad simple y llana es la única opción y tomar tu camino e ir por la vida haciendo solo lo que concierne a nuestra existencia, la estancia más materialista, pero la manera más factible de existir y más importante, sobrevivir.

Voy de un extremo a otro en mi existencia, pero hay momentos como hoy, cuando me quedo en el centro y veo hacia esos extremos y entiendo mucho más de mí mismo y del todo que me rodea de lo que son capaces de explicar todas las razones lógicas que gobiernan este mundo, y no pretendo que mis ideas sean absolutas, es solo que, de nuevo, en días como hoy, entiendo lo efímera y verdadera que es la vida, en esta mezcla de ironía y realidad con fantasía y esperanza. 

No para todas las personas y situaciones existen finales felices, no.

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